“…Era un día maravilloso. Mientras el tren les transportaba, ante sus ojos sorprendidos se desplegaba una ciudad moderna, febril y palpitante.
Después de un agradable y reparador almuerzo, van a conocer a los nuevos miembros del grupo de quienes les habían hablado tanto. En esta bella capital enclavada en el cruce de dos continentes Jadya y Nanak habían formado un grupo maravilloso, de todas las etnias, de todas las religiones, de todas las profesiones y estratos sociales, pero con un mismo fin: poder comprender la historia de ambos lados, y trabajar para edificar un mundo tolerante donde todos pudiesen vivir juntos sin tener que perder su identidad. Ese grupo, junto al de Esmirna y Chipre, era la esperanza de un futuro de paz y fraternidad. Decían:
—Turquía es una pieza clave en el tablero del mundo. No solo sirve de paradigma y de referente sino que también puede ser el espejo en el que los árabes se miren y vean que no solo se puede conjugar Islam con modernidad y progreso, sino que son conceptos complementarios —afirmaba Harun, idea compartida por todos ya que había aprendido que no había nada más agradable a los ojos de Allah que buscar el conocimiento de la cuna a la tumba, del más recóndito confín del mundo hasta la lejana China. Y este era el mejor modo de agradecerle ese don tan precioso que nos dio: la inteligencia. Su lema era el del califato abasí de Bagdad, “La tinta de nuestros sabios es tan valiosa como la sangre de nuestros mártires”, que lo tenían escrito en todas las lenguas y grabado en todas las paredes.
Uno de los más grandes retos era intentar comprender el porqué de lo que estaba pasando. Sobre todo del integrismo islámico. Y la amenaza terrorista. Cuando para ellos Islam no solo es paz sino que es algo tan natural e inherente a nuestra naturaleza como el agua que se adapta a cualquier recipiente sin que pierda sus virtudes. Pero esta agua se tiene que nutrir de las fuentes del conocimiento, del progreso y la tecnología ya que, de no hacerlo, en vez de agua de vida se convierte en agua muerta o estancada.
El hecho de poder intercambiar ideas, a pesar de provenir de orígenes tan diversos, les hace sentir como en una familia que hablan en un mismo idioma, el del “amor”, el del respeto que brota al intentar comprender al otro bajo su prisma y sentir su alegría o su dolor, palpar su miedo o acariciar sus esperanzas. Había kurdos, gitanos, armenios, judíos, griegos, bosnios, etc., un pequeño muestrario de la gran diversidad étnica que era el antiguo Imperio otomano, ahora llamado Turquía, cuna de civilizaciones como la hitita, la griega o la bizantina.
Les habían explicado:
—Turquía es una república definida en su constitución como un estado democrático, laico, social y de derecho. Turcos son todos los que comparten la ciudadanía. No es un referente étnico. Turco puede ser gitano, árabe, circasiano, kurdo, etc. Aunque a las únicas tres minorías a las que les reconocen sus derechos y tienen privilegios especiales son los griegos, armenios y judíos.
Lo más enriquecedor era recorrer la ciudad todos juntos. Era como verla a través de un calidoscopio. Cada uno la mostraba según su visión peculiar y les hacía sentir que formaban parte de ella. Ante su mirada asombrada se iba desvelando una de las más bellas y grandes ciudades de Europa, encrucijada de caminos a caballo entre Oriente y Occidente, donde Europa, Asia y hasta África se encuentran y a la vez se descubren…”
“…Vasiluis les lleva a la parte antigua de Bizancio, la Nueva Roma fundada por Constantino, capital de cuatro imperios: El bizantino, el romano de oriente, el latino y el otomano. Todas las rutas del comercio confluían en la ciudad. Ubicada en un emplazamiento estratégico entre el mítico Cuerno de Oro y el mar de Mármara, a la entrada del Bósforo, del que tenía la llave, controlaba todas las rutas de navegación entre Europa Oriental, los Balcanes, el Mar Egeo y el Norte de África. Las riquezas del antiguo Egipto, de Rusia y China pasaban por allí, crisol de razas y culturas, para todos significaba algo, y para todos de un modo u otro era especial. En ella se escribieron muchas páginas de la historia, y también se cerraron y abrieron nuevos capítulos…”
“…Les habla de ese emperador romano que vio la ciudad en un sueño y al descubrir su situación estratégica dijo, “Llegaré hasta donde me lleve el que me guía”. Le contó la obra de ingeniería que significó la construcción de la ciudad porque, si bien estaba rodeada de agua, esta no era dulce sino salada. Así que tuvieron que canalizar el agua dulce a través de kilómetros y kilómetros aprovechando desniveles en una grandiosa obra de ingeniería nunca jamás vista hasta ese entonces.
Les especifica que el Cuerno de Oro es un estuario a la entrada del estrecho que forma un seguro puerto natural. A su entrada había unas cadenas tensadas que cerraban la navegación, y al igual que sus espesas murallas, le protegían de la codicia ajena o hacían desistir a visitantes no gratos. Como nadie sabía el porqué de ese sugestivo nombre: “Cuerno de Oro”, Vasilius les cuenta que una leyenda dice que se llama así por su forma de cuerno y por todos los objetos de oro que arrojaron los bizantinos al mar cuando la conquista otomana…”
“…Harun les narra la leyenda de los símbolos de su insignia nacional:
—Según cuenta la leyenda, Kemal Ataturk, nuestro héroe de la independencia, tras una victoria vio encima de una colina sobre un fondo enrojecido por la sangre de las mártires una media luna creciente junto a una estrella.
Serhat les aclara que las fases de la luna simbolizan para ellos cambio y a la vez regreso a los orígenes. La estrella, por el contrario, se asocia al Paraíso.
—Si se fijan en la media luna —les dice—, parece que se repliega sobre sí misma y a la vez que se abre al infinito. Es también símbolo de eternidad y resurrección, por eso no es raro verla encima de las tumbas…”
“…—Ese es el Padre de nuestra Patria, Kemal Ataturk, al que le debemos que Turquía exista hoy como país y no haya sido borrado del mapa de un plumazo.
—Bueno —dice Gabriel—, no quiero quitar mérito ni patriotismo al padre de tu país, porque en verdad lo tuvo. Reconozco que fue toda una hazaña haberle salvado de las aves de rapiña que ya se habían repartido entre ellas sus despojos y haber creado una nación tras el cataclismo. Pero si Turquía existe hoy en día, no es solo por las hazañas de su héroe sino por su posición geoestratégica. Enemigo tradicional de la Santa Rusia, era la única potencia capaz de frenar el expansionismo de la nueva Unión Soviética. Y era tal el terror de que se alinease al comunismo que todas las naciones se apresuraron a reconocer a la joven república turca…”
“…Pero para mí lo más valioso de Kemal Ataturk fue haber creado una nación de un sinfín de pueblos y etnias diferentes.
—Esa fue su verdadera gran hazaña, el haber sido el artífice de nuestra nación. Nos hizo resurgir de las cenizas trayéndonos de la muerte a la vida, de la sensación de fracaso a la de orgullo nacional. En ese entonces, el Imperio estaba hecho pedazos y dando sus últimos estertores. No es de extrañar que nosotros lo veamos como un redentor y a la vez lo sintamos como nuestro padre. Justamente por eso le llamamos “Ataturk”, que significa “padre de los turcos”. A su muerte nos sentimos huérfanos y lloramos su pérdida amargamente como niños.
—Nuestro país —añadió Harum—, al igual que Israel, nació por necesidad de supervivencia debido a las persecuciones religiosas. Fue producto del odio y del fanatismo. De los nacionalismos que se habían exacerbado alentados por las potencias europeas, al punto que nos negaban el derecho a existir. Y les relata como si lo estuviese viendo.
—De pronto invadían Estambul millones y millones de turcos venidos de todas partes del Imperio que erraban sin rumbo como fantasmas por sus calles. Morían de hambre como moscas. No había cómo protegerles a todos ni dónde ubicarles. Los nuevos sentimientos nacionalistas les habían expulsado de sus antiguos territorios en los que habían convivido durante siglos, sin ellos entender bien por qué. Teníamos que darles cobijo, un trozo de tierra donde pudiesen vivir. Las atrocidades que contaban eran tremendas. Y eso fue avivando el fuego nacionalista tan ajeno a nuestra cultura hasta ese entonces, porque habíamos comprendido de un modo doloroso que en tierras europeas ya no había sitio para nosotros..”
“…—Por eso es tan importante lo que hacemos: Intentar ver a través del diálogo intercultural la historia desde todos los ángulos sin centrarnos solo en nuestro dolor o nuestros puntos de vista. Por propia experiencia personal sé que es difícil, pero el premio es grande, y es el del mayor bien que existe: la libertad y no la física sino la espiritual. Confieso que hasta que no aprendí a ver las atrocidades cometidas por ambas partes, hasta que no comprendí que el tan odiado héroe para nosotros, el gran Kemal Ataturk era un turco de Salónica que se había dado cuenta de que ya no había sitio en Europa para ellos, hasta que no entendí que el nacionalismo turco lo iniciaron los expulsados de territorios europeos que no tenían dónde ir, y que tenían miedo de desaparecer del mapa, hasta que no viví, palpé y sentí la desesperación de todos esos refugiados, que no tenían otro territorio que Turquía y no tenían otra opción que luchar o morir, no podía encontrar paz y cicatrizar mis heridas, y mucho menos mi libertad. Es solo cuando comprendemos que nos liberamos de la cárcel del odio y conocemos los dones de la misericordia, palabra tan repetida en el Corán…. “
“…—No nos damos cuenta que la costumbre de contar una sola historia hace que se borren de un plumazo las otras, y eso es comparable a un genocidio cultural, es como borrar a un pueblo por decreto. Nosotros —dice Serhat cuyo nombre en kurdo significa frontera—, somos del pueblo del Gran Saladino. Vivíamos en el Imperio Otomano perfectamente integrados porque con ese sistema que llamáis “chauvinista”, se nos reconocía y respetaba nuestra idiosincrasia. Pero cuando se creó la república, y se tuvo que definir de esa gran masa de refugiados quién era turco y quién no, como eran numerosas etnias que no tenían nada en común, se definieron los turcos por su religión, o por pertenencia a un territorio. Y nosotros, como somos musulmanes, no nos incluyen dentro de los privilegios de ninguna minoría reconocida en la Constitución. De modo que cuando Kemal Ataturk hizo las reformas impusieron el turco y el alfabeto latino, persiguieron nuestras imprentas, cerraron nuestros colegios, nos prohibieron hablar en nuestra lengua. En una palabra, se nos negó nuestra singularidad. Para ellos éramos “turcos de las montañas” Y allí comenzó nuestra historia de protestas que continúa hasta hoy en día, porque, como los judíos, nos negamos a desaparecer y a dejar de existir como pueblo. —Y respirando hondo, como queriendo llenar sus pulmones con todo el aire de Estambul, exclamó—: ¡Somos y queremos seguir siendo! No estamos aquí por capricho, ni porque vinimos sino porque nunca nos fuimos, este es simplemente nuestro suelo de miles y miles de años. —Y sin poder disimular su orgullo concluye:
—¡Nosotros descendemos de los antiguos medos!
Y como muchos ignoraban la historia de los kurdos y querían saber más, Serhat gustoso comparte con ellos la historia de su pueblo y su actual lucha por el reconocimiento y la supervivencia.
—Somos como 60 millones de personas, sin contar la diáspora, el pueblo más grande del mundo sin Estado propio. Durante la Gran Guerra, apoyamos a los aliados bajo la promesa de conseguir un estado propio. Y logramos que nos reconocieran la independencia como país, mediante un primer tratado que nunca fue ratificado, y fue sustituido por otro en el que no solo se nos negó el derecho a tener un país propio sino que nos repartió entre otros cuatro países: Siria, Irak, Turquía e Irán. Familias y pueblos enteros quedaron divididos por fronteras artificiales. Y todo parece una grotesca burla cuando nos enteramos que en un tratado secreto, Stalin y Churchill ya habían acordado repartirse entre ellos la gran tarta.
—Ya nadie se acuerda de las promesas y los engaños, solo vemos las consecuencias, ese remanente de odio y revanchismo entre los pueblos que aún subsiste y no entendemos por qué, porque ni ellos mismos lo entienden. Y los que lo hacen no tienen ningún interés en explicarlo sino todo lo contrario —sentencia Omar.
—Cierto. A veces estos sentimientos se volvieron tan rutinario que ya ni siquiera nos acordamos de los orígenes ni parecen importarnos. El odio está tan enquistado que se vuelve algo natural. Forma parte de la naturaleza. Nos recuerdan esas guerras tribales que comenzaron por una ofensa de hace siglos y ya nadie se acordaba ni cómo se había originado ni por qué se tenían que seguir odiando…”
“…Y allí estaban ellos en esa mítica plaza de Taksim justo en el corazón de Estambul, cuyo nombre significa “distribución”, ya que allí se distribuía el agua a toda la ciudad. Y allí se congregaban los manifestantes para protestar, para demostrar que no todos estaban de acuerdo con el nuevo orden y que muchos se resistían a la asimilación o al regreso de tiempos pretéritos de sometimiento y persecución. Y ellos también estaban allí para comprender la historia desde el prisma del “otro”.
Harun exclama orgulloso:
—Nosotros, los turcos, rechazamos la apatía política, la hipocresía, el individualismo. No aceptamos el fatalismo. No nos conforman diciéndonos que las fatalidades o desgracias ocurren por causas del destino. ¡Exigimos explicaciones! ¡Exigimos responsabilidades!…”
“…Todos miraron hacia el magnífico monumento de tonos azules y rojizos. Vieron como el inmenso arco de triunfo al estilo otomano era atravesado por varias figuras, y a la cabeza, Mustafa Kemal Ataturk, que descendiendo del pedestal lentamente se les acerca y con una sugestiva sonrisa les tiende a todos la mano. El arco de tonos azulados se había vuelto con los reflejos del sol dorado y brillaba con toda intensidad…”
(Fragmentos del Libro “La Quintaesencia de la Vida”)