“Hemos aprendido a volar como pájaros, a nadar como peces. Pero no hemos aprendido el arte de vivir como hermanos”
Martin Luther King
“…El aire, a pesar de ese sol lejano que brillaba tímidamente, era tan frio que parecía querer traspasarles como hojas de cuchillo. Con esas bufandas que ocultaban sus rostros parecían un grupo de conspiradores. Caminaban todos juntos hacia la ciudad de la paz, esa ciudad mencionada en la Biblia 811 veces. En 30 siglos, conquistada y reconquistada, capturada y liberada, 20 veces destruida y 20 veces vuelta a construir… Encrucijada de caminos, enclavada en la ruta comercial, pero sobre todo centro espiritual.
—¡Ay, Ariel, Ariel, la ciudad donde habito David! —suspiró el Ari al adivinar su silueta a lo lejos—. Ciudad de la paz, única, eterna e indivisible.
Como no entendían por qué la llamaba así, el Ari explica que Ariel, que en hebreo significa León de Dios, es uno de los de más de 70 nombres poéticos de Jerusalén.
—Parece mentira —reflexionó José— que esta pequeña franja de tierra de apenas más de cien kilómetros signifique tanto … y que haya despertado auténticas historias de pasión y de celo…Que por sus calles hayan corrido torrentes de sangre… No sólo Cristóbal la amó sino que muchos la amaron, y lo dieron todo por ella…
—Y lo siguen dando —completó Diana—. No sé qué es, no sé qué tiene, pero su solo nombre me eriza la piel…
—¡Nos la eriza a todos! Hasta a mí que pertenezco a otro continente! —exclamó Nanak.
—Y a mí…Y a mí…Y a mí… — fueron repitiendo todos uno a uno…”
“…—Lo que no comprendo es por qué para los musulmanes es tan importante.
—Tampoco los cruzados lo comprendieron —les contestó Omar—. Cuando Ricardo Corazón de León, apelando a la legendaria generosidad de Saladino, rogó que se la entregase, Saladino le respondió “Jerusalén es tanto vuestra como nuestra; es incluso más importante para nosotros que para vosotros, pues hacia ella realizó nuestro profeta su milagroso viaje nocturno y en ella se reunirá nuestra comunidad en el día del Juicio Final…”. Y les cuenta el milagroso viaje a lomos de Barak. Y como no sabían quién era Barak, Omar explicó:
—Una bestia, blanca de color, en parte mula y en parte burro, con dos alas que cubrían sus cuartos traseros, y con sus cuartos delanteros colocados tan lejos como la vista podía alcanza
Jadya completa:
—Un animal con cuerpo de caballo y rostro humano, orejas de elefante, cuello de camello, alas de águila, cola de mulo y pezuñas de toro; todo el cuerpo recamado de oro, perlas y diamantes y su fragancia era muy agradable…”
“…—Me parece fantástica y también maravillosa tu historia. Pero yo sigo sin comprender por qué Jerusalén es un sitio tan santo para el Islam —seguía insistiendo Daniel, haciendo caso omiso al comentario de José—. Toda esa historia de tu burro alado y del viaje nocturno es muy bonita, no lo niego, pero no me justifica nada.
Todos quedaron expectantes con la mirada fija clavada en Omar, al fin este dijo:
—Tienes razón, José. Hasta ese entonces para nosotros Jerusalén era tercera ciudad sagrada, hermana de La Meca y Medina que venía a coronar la revelación. Como consecuencia de la tolerancia había disfrutado de cuatro siglos de prosperidad y riqueza. Era una ciudad universal, cruce de caravanas, donde todos los peregrinos de todos los cultos podían orar. Conquistarla por los cruzados no tenía ningún sentido y mucho menos justificación.
—Pero habían destruido la Iglesia del Santo sepulcro —dijo a modo de excusa José…”
“…—Es verdad lo que dices —corrobora Omar—. Fue Nur-al Din, el antecesor de Saladino, quien inició el culto a Jerusalén. E incitó a los ulemas a escribir tratados alabándola. Hasta ese entonces Jerusalén no tenía esa carga emocional y apenas era mencionada en sus escritos.Y así fue como una ciudad que era secundaria se convirtió no sólo en el centro sino en el corazón del mundo árabe y en la razón de ser de la reconquista.
Diana, que estaba ajena a esta disputa y seguía todavía con la imagen del viaje nocturno, exclamó como si hubiese sido transportada en lomos de Barak y hubiese visitado los siete cielos, hubiese paseado por el paraíso y de pronto aterrizara en Jerusalén: —¡Qué maravilloso viaje! No entiendo por qué ese sueño tan sublime, que pertenece al futuro, en el que se reencuentran todos, se reúnen y rezan juntos, pudo haberse tornado en pesadilla. ¡No entiendo por qué por esta ciudad de la paz, morada del Altísimo, corrió y sigue corriendo tanta sangre! …”
“…Caminaron por la vía dolorosa, Diana les hacía de guía, parándose en cada una de las catorce estaciones, hasta llegar al Santo Sepulcro, edificado sobre la tumba de Jesús.
Al llegar a la Basílica, sale a su encuentro Teófilo, un obispo ortodoxo que iba a hacerles de guía durante todo el trayecto. Quedaron deslumbrados con su altura imponente, su barba y su gesto aristocrático y distante que contrarrestaba con la familiaridad del trato y la sencillez y claridad con la que daba las explicaciones…Pero lo que más les sorprendió fue su manera de caminar, que parecía que no tocaba el suelo, sino que se deslizaba como una sombra sobre una fina capa de hielo extendida sobre un profundo lago… A veces se preguntaban si era en realidad un ser de carne y hueso o era una de esas apariciones febriles que producía esa enfermedad de la que tanto le habían prevenido, “El Síndrome de Jerusalén”. Teófilo, antes de iniciar la visita, les puso al tanto en pocas palabras de toda la historia de su Iglesia desde la época de Jesús hasta nuestros días, y les explicó el origen de los conflictos entre las confesiones…”
“…Siguen caminando sorteando los fieles. Finalmente tropiezan con una familia musulmana. Teófilo les saludó con un afectuoso abrazo y se los presenta.
—Este es Adeeb. Es quien tiene las llaves del Santo Sepulcro.
El mencionado saca de su bolsillo como si fuese un tesoro una auténtica reliquia, una llave larga, negra y oxidada, que databa del siglo XII.
—Esta se la dio Saladino a mi familia —pronunció solemnemente y con toda naturalidad sin poder disimular su orgullo.
A nadie le extrañaba a estas alturas que Saladino le hubiera dado las llaves a una familia musulmana. Adeeb, como en tiempos antiguos, estaba allí como guardián intentando evitar las riñas que surgían en el momento más inesperado…Ellos ya habían visto algún que otro amago. Y si no habían llegado más lejos es porque los horarios y lugares de culto para cada comunidad están estrictamente regulados en las zonas comunes… Siguieron caminando y uno metros más adelante Teófilo les presenta a otra familia.
—Ellos son los que abren y cierran las puertas. —Y al adivinar su asombro, les aclaró—:Tienen ese derecho desde el siglo VII. Se los concedió el califa Omar cuando conquistó Jerusalén.
Ellos se quedan bizcos, ¡creían que veían doble! ¿Uno abría las puertas y otro giraba las llaves? Cada vez entendían menos. Pero a pesar de la incongruencia que les parecía todo ninguno se atrevió a preguntar nada. En cambio se despiden calurosamente de Teófilo dándole las gracias, y hacen amago de partir cuando este les para en seco:
—¿A dónde vais con tanta prisa? ¡Si todavía no acabamos la visita! Y falta mucho para que se cierre la basílica.
Se quedan de una pieza. Había recorrido palmo a palmo todo el recinto, no quedaba una piedra, un clavo, un escalón o una laja que no hubiesen visto, y no supiesen a quien pertenecía… Habían asistido a los cánticos de las comunidades que interponían sus salmos a los de sus correligionarios y miraban a lo alto a fin de evitar mirarse a la cara ignorándose deliberadamente… Ya habían viajado a través de siglos de historia, habían subido a los cielos y bajado a los infiernos sin ayuda de Barak y habían aterrizado en el presente, no sin antes atisbar destellos de futuro. ¿Qué podía faltar todavía?
—Nos falta subir.
—¿A dónde? ¿Al techo? —espeta José sin poder ocultar su asombro.
—Sí —dice tranquilamente Teófilo—, nos falta ver aún lo más importante. ¡Síganme! Y comienza a subir lentamente los peldaños. Como no era una sugerencia sino una orden todos le siguen sin rechistar cual dóciles ovejas a su pastor. Imaginaban que iba a mostrarle el campanario, o iban a apreciar una espectacular vista panorámica de la Ciudad Santa. Atraviesan una pequeña puerta, tan pequeña que Teófilo se tiene que agachar para no desnucarse. Recorren un pasillo angosto y lo que ven les deja petrificados…”
“…Gabriel se dirige derecho a una tienda repleta de finos brocados y tapices y saluda afectuosamente a su viejo amigo armenio Sahak, que les ofrece un delicioso y aromático té con unas pastas exquisitas que le saben a gloria. Tras el reparador descanso, con el sabor al almíbar aún en la boca, les lleva a recorrer su barrio mientras les cuenta la historia de su pueblo, el primero en convertirse al cristianismo mucho antes que lo hiciese el emperador Constantino. El genocidio al que fueron sometidos en el siglo pasado, tras la Gran Guerra, y todo su sufrimiento.
Por todas las paredes había recordatorios del genocidio. En ellos se leían proclamas junto a mapas y fotografías de víctimas de los campos de concentración que había en Turquía. Viendo esas imágenes, esos niños, mujeres y ancianos ninguno podía sentirse indiferente. El almíbar de la boca se les iba tornando amargo y era imposible retener las lágrimas.
—Turquía se ha negado a reconocer nuestro sufrimiento…por eso lo tenemos grabado en nuestros corazones y en todas las paredes… No queremos que nuestro pueblo olvide. No perdemos la esperanza de que algún día Turquía reconozca que cometió un genocidio, el primero de la historia antes que el de los judíos. Por ellos y por nosotros… Reconocerlo y pedir perdón ayuda a perdonar y a superarlo.
—¿Por qué no lo hacen?—dice Teresa sorprendida—. ¡Si fue otro gobierno!
—Las razones son complejas. Quizá sea que temen no ser aceptados por Europa. O piensen que se le condenara con una sanción económica. El genocidio, ya sea si cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, está considerado en el derecho internacional como un delito… O quizá simplemente sea porque ellos mismos sienten que fueron perseguidos y se les intentó exterminar en Occidente…No sé, pero pienso que sería sano para todos. Por ahora sencillamente lo niegan. El gobierno lo quitó hasta de los libros de historia…
—No habrá paz entre los pueblos hasta que todos no contemos la misma historia, es decir, desde todos los ángulos, no sólo el nuestro. Eso será el comienzo de sentirnos hermanos y nos ayudara a sentir empatía, y darnos cuenta que en el fondo, todos somos víctimas —sentencia el Ari.
—Pero algunos serán culpables, ¿o no?
—Si tu mano pega, ¿quién tiene la culpa? Hay seres que ejecutan el acto, pero son víctimas del odio y de los prejuicios milenarios, y de esa antigua costumbre de contar historias antagónicas… Y hay otros seres que con su indiferencia lo permiten y son tan culpables como los que ejecutan. Para que haya genocidio, tiene que haber apoyo popular. Y para que haya apoyo popular, tiene que haber una propaganda y un lavado de cerebro. Es fácil cuando hay un gran desastre. Cuando hay frustración, miedo al futuro y no pueden encajar la derrota porque desconocen las verdaderas causas. Entonces se buscan explicaciones simples. Culpables de carne y hueso. Y se les incita contra ellos como a perros detrás de la caza, no sólo para exorcizar el mal sino también para hacerles cómplices. Es un medio muy manido y al parecer eficaz de canalizar esa energía que de no haberlo hecho se habría dirigido contra sus dirigentes…”
“…Y siguieron caminando en profundo silencio más como un cortejo fúnebre que como amigos, hasta llegar al Muro milenario. Se pararon extasiados y reverentes. De pronto observan sorprendidos que entre los fieles había varios judíos de piel oscura tan oscura como las noches del desierto africano. Gabriel les explica que eran los falasha, que en su lengua significa refugiados o Beta Israel, los judíos de Etiopia y les cuenta la famosa “operación Moisés” que se complicó alargándose en la “Operación Josué” y la “Operación Salomón” una operación de retorno para recuperar su dignidad perdida. Y señalando a otros con rasgos árabes les sigue narrando la operación “alas de Aguila” o “alfombra mágica” como fue denominado en lenguaje popular a ese mítico traslado a través de los cielos de los judíos del Yemen, que según él tendría que haberse llamado “Operación Reina de Saba”. Mientras escuchaban esas fantásticas historia contemplando ese grupo heterogéneo, tan diferente y a la vez tan compenetrado no podían dejar de pensar en ese épico éxodo de resonancias bíblica y les veían llegando a pie, o a lomos de burro, en avión o en barco. Y ahora estaban allí todos reunidos venidos de todos los confines de la tierra, de los sitios más remotos, rezando juntos sin importar el color, la raza, el sexo, el origen, conectados por un mismo lazo invisible, sean soldados o rabinos, niños o ancianos, hombres o mujeres, blancos, amarillos o negros todos unidos por el mismo sobrecogedor sentimiento. Ellos también se sumaron a esa marea humana y antes de irse depositaron sus papeles en las hendijas del muro con sus deseos y esperanzas como tantos antes que ellos.
—Tenemos en Jerusalén un cartero que clasifica y reparte las miles y miles de cartas que le llueven de todo el mundo. Las pone en las rendijas del muro. Aquí todos los deseos son importantes —les informó Diana…”
“…Al día siguiente tenían ganas de relajarse, de sentir algo espiritual, algo diferente. Sabían que ningún viaje sería completo sin visitar el Mar de Galilea…
Llegan a través de unas montañas desde las que aprecian una vista panorámica espectacular. Gabriel les dice que esta región en la época que perteneció a Egipto estaba todos sus campos y fértiles llanuras sembradas de algodón.
—De aquí salían el lino y el algodón más fino del mundo que hizo a Egipto tan rico y famoso.
—Y también tan pobre y … —añadió Omar. E iba a continuar pero les interrumpe la presencia de Yusuf, su nuevo guía que se presenta y les conduce a uno los numerosos barcos que estaban atracados a sus orillas deseosos de atravesar esas aguas tan llenas de episodios milagrosos, y también de turistas, que eran ahora la pesca más milagrosa, y por supuesto la más rentable. Se unen a otros grupos de peregrinos de todas partes del mundo que querían recorrer los mismos sitios donde estuvieron Jesús y sus discípulos y ocurrieron tantas cosas maravillosas.
El paisaje parecía desolado, pero Yusuf …”
“…Estaban maravillados de la diversidad del paisaje, mientras en un lado se levantaban las montañas de Galilea y las colinas del Golán por el otro un precioso valle regado por las abundantes aguas del Jordán y por los arroyos del Golán, y a sus orillas se alternaban playas de suave arena o de escarpadas rocas. Su miradas se perdía en esas aguas dulces, suaves y azules que les contaron que estaban repletas de peces mientras Yusuf les hablaba de todos los acontecimientos maravillosos que ocurrieron, ya que aquí había vivido, predicado y hecho milagros Jesús…Y mientras les hablaba, un viento suave comenzó a soplar cada vez con más insistencia hasta encrespar las olas… Impresionados con los relatos, creyeron que estaban en medio de una tempestad. Y les parecía que en cualquier momento iba a venir Jesús hacia ellos caminando sobre las aguas. Yusuf les tranquilizaba. Según él, los vientos peligrosos eran los que venían de las colinas del Alto de Golán y soplaban hacia el este. Además, les decía, “estos no son vientos sino una tenue brisa”. Pero a ellos no les convencía mucho porque se encomendaba a Allah a pesar de haberles dicho que era cristiano…Aunque Omar les había explicado que para ellos Allah era sinónimo de Dios, al igual que para nosotros Jehová o Yahvé, hasta tocar tierra firma a las orillas del Rio Jordán no se sintieron nada tranquilos…”
“…Se despiden de los amigos y parten rumbo a Tiberiades, una ciudad poco mencionada en el Nuevo Testamento, pero muy importante para los cruzados. Allí estaba la famosa tumba de Ramban para los judíos, o Maimonides para los cristianos, o “el sefardí” como a el mismo le gustaba llamarse, adorado, venerado y llorado tanto por árabes como por judíos.
Tras una larga travesía llegan hasta el mausoleo en pleno centro de Tiberiades. La entrada estaba flanqueada por siete columnas, cada una con un nombre, y con su respectiva fuente de agua. En una de ellas un gato que mojaba cuidadosamente sus bigotes les lanza una mirada inquisitiva, mezcla de burla y de curiosidad.
Gabriel les explicaba orgulloso:
—Así como otros pueblos honran a sus guerreros, nosotros honramos a nuestros sabios porque fueron y son los que sostienen el edifico de nuestra nación, son su verdadera columna vertebral…Sin ellos habríamos dejado de existir como pueblo y se nos habrían olvidado todas las promesas.
Pero a ellos lo que más le sorprendía era la ubicación, no entendían por qué habían decidido erigirla allí y no en otro sitio. Al formularse la pregunta en voz alta, la dulce voz de El Ari respondió con toda naturalidad:
—El que lo decidió fue un camello.
Y como todos se quedaron perplejos con esta escueta y aparentemente absurda explicación, continuó.
—Cuando murió transportaron su cuerpo del Cairo a Tierra Santa a lomos de un camello blanco y donde se paró allí se quedaron todos y erigieron su tumba.
—¿No será por casualidad no donde se paró, sino en donde se arrodilló?…”
“…Yusuf quería proseguir la excursión, pero ellos proponen hacer un alto para disfrutar la paz que allí se respiraba. En realidad no querían marcharse sin antes conocer algo de ese pensamiento que tuvo tanta influencia, así que le piden al Ari que les explique lo más fundamental, y a él, que le encantaba compartir las enseñanzas, no se hace rogar.
El Ari les conduce ante su tumba y les señala una inscripción.
—Aquí dice: “De Moisés a Moisés no hay nadie como Moisés”. Por eso para nosotros es tan importante porque si bien un Moisés nos dio las leyes, el otro nos enseñó a interpretarlas. Las leyes estaban dispersas en la Torah, y él las ordenó en un sistema de interpretación, haciéndolas sencillas y asequibles para todos.
—Nosotros nos salteamos a Moisés —deja escapar Omar—. Moisés dijo que había un solo Dios, pero también dijo que ese Dios tenía un pueblo. Y eso, como era incómodo, lo mejor era omitirlo e ir para atrás…
—Y cambiasteis la ley mosaica por el código Hammurabi —apuntó sarcásticamente José…”
“…Al día siguiente, fueron a una escuela donde niños palestinos y judíos estudiaban juntos y convivían en una perfecta armonía. Era un oasis en medio del desierto, un oasis de amor, pero de amor verdadero basado en el conocimiento mutuo, el respeto y la tolerancia. Ese amor del que hablaba Ramban que nos hace ver en los otros destellos de luz divina…”
“…—Mis abuelos me contaban —recordó Salma— como sus amigos árabes encendían las velas del Shabat y lo celebraban juntos. Y una costumbre aún más emocionante. Y les narran una historia real pero prácticamente desconocida, una especie de pacto secreto que se selló entre ellos en el siglo XII con la persecución de judíos y musulmanes, en la época del reino de los cruzados hasta el sionismo moderno:
—Cuando nacían en el mismo barrio y en la misma semana, un niño judío y un niño musulmán eran tratados como hermanos de leche. Una hermandad reconocida en el mismo Corán. El niño de la madre judía era amamantado por la madre musulmana, y el niño árabe musulmán por la madre judía. La costumbre no cayó en desuso hasta bien entrado el siglo XX.
Pero no sólo los profesores, los niños también querían hablar y contar sus experiencias. Y ellos estaban ansiosos de conocer sus pensamientos y ver el mundo a través de esos ojos puros.
Cuando le preguntan cómo ven el conflicto, un niño lleno de pecas, con toda naturalidad, responde.
—Es muy sencillo. Los dos se pelean porque los dos reclaman el mismo país. Y los dos piensan que tienen razón.
—¿Y cómo ves la solución?
—O se ponen de acuerdo y viven juntos y el país es para los dos. O siguen discutiendo y el país no será para ninguno.
Y nadie pudo evitar recordar la historia del rey Salomón y las dos madres…. Todos se quedaron impresionados por la sensatez y sentido común de ese niño tan pequeño y a la vez tan sabio…”
(Fragmentos del Libro “La Quintaesencia de la Vida”)